NEUROPSICOLOGIA Y
PSICOPATIA
El 13 de septiembre de 1848, Phineas P.
Gage sufrió un horrible accidente cuando una barra metálica le atravesó el
cráneo, lo que le produjo lesiones en el cerebro y cambió su vida después de
una sorprendente recuperación. Dichas lesiones se localizaban en territorios
cerebrales frontales. A partir de ahí, Gage cambió su personalidad: de ser una
persona responsable y adaptada a la sociedad, se convirtió en un individuo
inestable, impulsivo, indiferente ante los demás e incapaz de planificar el
futuro; es decir, mostró conductas contrarias a una adecuada integración
social.
De esta forma, Gage marcó el origen de
las investigaciones en torno a la relación entre el lóbulo frontal y los
comportamientos psicopáticos. En suma, Gage había perdido la capacidad de
apercibirse de los cambios que se habían producido en su forma de ser. Era como
si hubiera perdido la capacidad de verse a sí mismo en el espejo de las
reacciones de los otros hacia él.
La relación entre daño en el lóbulo frontal
y criminalidad es particularmente intrigante y compleja. Sabemos que el daño en
los lóbulos frontales provoca el deterioro de la intuición, del control del
impulso y de la previsión, que a menudo conducen a un comportamiento
socialmente inaceptable. Esto es particularmente cierto cuando el daño afecta a
la superficie orbital de los lóbulos frontales. Los pacientes que sufren de
este síndrome pseudopsicopático’ se caracterizan por su demanda de
gratificación instantánea y no se ven limitados por costumbres sociales o miedo
al castigo, de manera que recuerdan al patrón de comportamiento posterior a la
lesión mostrado por Gage.
Las funciones ejecutivas se vinculan a
las capacidades implicadas en la formulación de metas, planificación de las
actividades para llevarlas a cabo y ejecución de las conductas de forma eficaz.
Como muestran las técnicas de neuroimagen, el sustrato anatómico subyacente al
comportamiento psicopático se refleja en diferencias estructurales o
funcionales vinculadas al lóbulo frontal y a la corteza ventromedial, que se
vinculan a la autorregulación, la reversión del aprendizaje y la toma de
decisiones.
En este sentido, los psicópatas sufren
un déficit en la integración del mundo emocional con el razonamiento y la
conducta.
El objetivo de esta revisión es analizar
las repercusiones, para la neuropsicología forense, de las alteraciones
estructurales y funcionales que se están encontrando en los sujetos psicópatas.
CONCEPTO DE PSICOPATÍA
Los psicópatas no
tienen una pérdida de contacto con la realidad, ni experimentan los síntomas
característicos de la psicosis, como alucinaciones, ilusiones o profundo
malestar subjetivo y desorientación. A diferencia de los psicóticos, los
psicópatas son plenamente racionales y conscientes de lo que hacen y por qué lo
hacen. Su conducta es el resultado de su elección, libremente realizada,
convirtiéndose en el más perfecto depredador de su propia especie.
A pesar de las
dificultades conceptuales y metodológicas que, históricamente, han
caracterizado a este campo de investigación, en la actualidad contamos con un
amplio cuerpo de investigaciones que avala su trascendencia en contextos
clínicos y forenses. A partir de los planteamientos de Cleckley y,
especialmente, a partir de los desarrollos conceptuales y metodo lógicos
de Robert Hare, la psicopatía se ha ido perfilando como una constelación de
rasgos de naturaleza afectiva, interpersonal y conductual altamente
significativa en el estudio del comportamiento antisocial adulto. En la
actualidad, la literatura científica ofrece abundantes datos que muestran la
utilidad de este constructo para identificar delincuentes con indicadores
graves en su carrera criminal, incluyendo altas tasas de delitos, alta
probabilidad de delitos violentos, agresión en el contexto de las cárceles,
alta propensión a la reincidencia y mala respuesta al tratamiento.Psychopathy
Checklist (PCL), que está constituido por dos factores. El factor 1 refleja
características afectivas e interpersonales, como el egocentrismo, la ausencia
de remordimientos, etc. El factor 2 muestra impulsividad, comportamiento
antisocial y un estilo de vida inestable, y se correlaciona positivamente con
el diagnóstico de trastorno de la personalidad antisocial, comportamientos
criminales, clase socioeconómica baja y manifestaciones de comportamiento
antisocial. Recientemente se ha aplicado a una amplísima muestra de más de
8.000 participantes una versión informatizada, siguiendo la teoría de respuesta
al ítem, de la escala de Hare (PCL-R). Como conclusiones, el grupo de Hare
destaca que la escala discrimina adecuadamente entre varones de población
forense psiquiátrica, varones delincuentes y varones que cometieron delitos en
un pasado. Hare concluye que la psicopatía es uno de los constructos clínicos
mejor validados del ámbito de la psicopatología y, sin duda, el de mayor
importancia clínica dentro del sistema de justicia criminal.
BASES
NEUROPSICOLÓGICAS
Raine et al, empleando
resonancia magnética estructural en una muestra de 21 pacientes psicopáticos,
encontraron que mostraban una reducción del 11% de la sustancia gris de la
corteza prefrontal, sin que hubiera ninguna otra lesión cerebral. Por tanto,
sugirieron que esta deficiencia estructural prefrontal podría estar en la base
del bajo
Por consiguiente, las
personas con ciertas formas congénitas de disfunción cerebral podrían estar
particularmente predispuestas a comportamiento antisocial.
Diversos estudios realizados
con resonancia magnética funcional (RMf) comienzan a dar pistas sobre los
factores neurobiológicos correlacionados con la psicopatía. Así, Liddle et al.,
encontraron que la inhibición de la respuesta en los no psicópatas se asociaba
a incrementos de la actividad frontal dorsolateral.
Sin embargo, en los
psicópatas no hubo un incremento significativo de actividad cortical durante la
inhibición de respuesta.
Aunque el test era
sencillo y los psicópatas lo ejecutaban bien, los autores consideraron que
cabía la posibilidad de que los resultados empeoraran a medida que las tareas
se ajustaran a las demandas de la vida real, donde el entorno que permite
inhibir determinados contextos lesivos para uno mismo o para los demás suele
tener una alta carga emocional. La inhibición de la respuesta implica la
integración y cooperación activa de muchas regiones, incluyendo la corteza
frontal, ventromedial y dorsolateral. Al respecto, estos autores sugieren que
las conexiones entre la corteza prefrontal ventromedial y las regiones
laterales contribuyen a la toma de decisiones. Influyen, por ejemplo, en la
modulación de la respuesta, en la planificación del comportamiento y en la
atención. Los investigadores señalan que el control de la ejecución de las
respuestas adecuadas y la inhibición de las respuestas inadecuadas reside en
las regiones prefrontales ventromedial y dorsolateral. La primera región es
fundamental en el comportamiento adaptativo desde el punto de vista de la
selección natural y en él se incluyen decisiones de tipo emocional, mientras
que la segunda es la encargada de reflexionar en la toma de decisiones y las
acciones que se derivan de ellas. Por tanto, podría extraerse la conclusión de
que el comportamiento desinhibido de los psicópatas se relaciona con una
disfunción en la corteza frontal ventromedial (integración cognitivoafectiva) y
en la corteza frontal dorsolateral (inhibición de la respuesta) o con una
comunicación ineficaz entre éstas y otras regiones del cerebro. En cierta
forma, podría considerarse que los psicópatas sufren dificultades para conectar
las áreas cerebrales cognitivas y emocionales. En una reciente investigación se
ha encontrado, mediante RMf, que un grupo de adolescentes con rasgos
psicopáticos, a quienes se les presentaba una tarea de reversión de
aprendizaje, mostraba una mayor actividad en la corteza prefrontal ventromedial
durante ensayos erróneos en los que recibían castigo.
Raine afirma que los
psicópatas tienden a mostrar una tasa de funcionamiento reducido en las
regiones izquierdas y mayor en las regiones derechas de la amígdala, el
hipocampo y el tálamo. Reiteradamente se ha venido asociando la amígdala con el
comportamiento agresivo, tanto en animales como en seres humanos. La amígdala
se integra en una red neural clave para procesar la información socialmente
relevante y funciona en paralelo al sistema de reconocimiento de objetos del
hipocampo.
La perturbación de
este sistema podría, en parte, relacionarse con el comportamiento
socialmente inadecuado que muestran algunos individuos violentos, así como su
incapacidad de reconocer y evaluar correctamente ciertos estímulos sociales que
pueden dar lugar a conflictos. La amígdala, el hipocampo y la corteza
prefrontal se integran en el sistema límbico, que gobierna la expresión de las
emociones, a la vez que el tálamo transmite inputs desde las estructuras
subcorticales límbicas hasta la corteza prefrontal. Asimismo, el hipocampo, la
amígdala y el tálamo son de gran importancia para el aprendizaje, la memoria y
la atención. Anormalidades en su funcionamiento pueden relacionarse tanto con
las deficiencias a la hora de dar respuestas condicionadas al miedo como con la
incapacidad de aprender de la experiencia, deficiencias éstas que caracterizan
a los delincuentes violentos.
HIPÓTESIS DE LOS
MARCADORES SOMÁTICOS
Los estados somáticos
se yuxtaponen en el procesamiento de un escenario cognitivo y ayudan a escoger
una opción de acción, activando la memoria de trabajo y sesgando la
representación de los resultados posibles. Pues bien, estas señales que
provienen de la homeostasis biológica se denominan, dentro de la hipótesis,
marcadores somáticos. El término ‘somático’ incluye tanto estructuras
musculoesqueléticas como viscerales y su representación neuropsicológica en el
sistema nervioso central.
De esta forma, la
hipótesis de marcadores somáticos es un modelo neuropsicológico que, aplicado a
la conducta psicopática, proporciona una potente integración de factores
motivacionales, afectivos y de procesamiento de la información.
Con el objetivo de
comprobar la hipótesis de marcadores somáticos se empleó una muestra de 157
varones, que se clasificaron según su puntuación en la PCL y a quienes se
propuso como tarea la
HIPÓTESIS DE LAS
NEURONAS ESPEJO
En el libro de título
homónimo se propone que la zona cortical conocida como lóbulo de la ínsula, que
se encuentra en el fondo de la cisura lateral o de Silvio, tendría un papel
clave en el reconocimiento de las emociones de uno mismo y de los demás.
A semejanza de los
circuitos neuronales, que almacenan recuerdos específicos, estos conjuntos de
neuronas espejo parecen codificar patrones o moldes de acciones específicas.
Tal propiedad permitiría no sólo realizar movimientos básicos que no sean fruto
de reflexión alguna, sino, además, comprender sin necesidad de razonamientos
esos mismos actos observados en otra persona. La ínsula representa la zona
cortical primaria para la exterocepción química (olfato y gusto) y también para
la interocepción, es decir, la recepción de las señales relativas a los estados
internos del cuerpo.
Hutchison et al.,
registraron la actividad de determinadas neuronas en varios pacientes que, por
razones terapéuticas, tenían que someterse a una intervención de ablación
parcial de la corteza del cíngulo. Resultó que en la región anterior de esta
corteza había neuronas que respondían tanto a la aplicación de estímulos
dolorosos a la mano del paciente como a la observación de los mismos estímulos
referidos a otros individuos. Más recientemente, Singer et al., llevaron a cabo
un experimento de RMf en el que se probaban dos situaciones: en la primera, los
sujetos recibían un
A estos sujetos se les
decía que las personas observadas habían padecido el mismo procedimiento que el
que acababan de experimentar ellos mismos. Se ha constatado que, en ambas
situaciones experimentales, se activaban sectores de la ínsula anterior y de la
corteza cingulada anterior, lo que demuestra que no sólo la percepción directa
del sufrimiento, sino también su evocación, se dan mediante un mecanismo
espejo.
electroshock doloroso
mediante electrodos puestos en la mano, mientras que en la segunda veían
la mano de un ser querido a la que se habían aplicado los mismos electrodos.
PROPUESTA INTEGRADORA
Tomados en conjunto,
los datos sugieren que los humanos captamos emociones, al menos emociones
negativas intensas, a través de un mecanismo directo de cartografiado en el que
intervienen partes del cerebro que generan respuestas motoras viscerales.
Por tanto, no es
difícil apreciar las ventajas evolutivas (de supervivencia) de un mecanismo
basado en neuronas espejo que fija las acciones motoras esenciales dentro de
una red motora semántica de mayor extensión, por una razón poderosa: facilita
la interpretación directa e inmediata de las conductas ajenas sin necesidad de
procesos cognitivos complejos. En la vida social, la interpretación correcta de
las emociones de los demás reviste importancia; de hecho, la emoción suele ser
un elemento contextual clave que señala el propósito de un acto.
Asimismo, esta
interpretación de la comprensión de las emociones no se aleja mucho de la
avanzada por el grupo de Damasio, según el cual tanto el hecho de sentir una
emoción en primera persona como de reconocer otra ajena dependerían de la
implicación de las zonas de la corteza somatosensorial y de la ínsula. La
observación de caras ajenas que expresan una emoción determinaría una
activación de las neuronas espejo de la corteza premotora. Éstas enviarían a
las zonas somatosensoriales y a la ínsula una copia de su patrón de activación,
parecida a la que envían cuando es el observador quien vive dicha emoción.
La resultante
activación de las zonas sensoriales, análoga a la que se daría cuando el
observador expresa espontáneamente dicha emoción, estaría en la base de la
comprensión de las reacciones emotivas de los demás.
Por otra parte,
nuestro sistema motor se activa ante los movimientos faciales ajenos. Esto
mismo vale también cuando tales movimientos no tienen ninguna valencia
emocional. En consecuencia, Rizzolati y Sinigaglia consideran que defender una
implicación de las zonas de la corteza sensorial en el reconocimiento de las
emociones ajenas es una redundancia. Las informaciones procedentes de las zonas
visuales que describen las caras o los cuerpos que expresan una emoción llegan
directamente a la ínsula, donde activan un mecanismo espejo autónomo y
específico, capaz de codificarlas inmediatamente en sus correspondientes formatos
emotivos. La ínsula es el centro de este mecanismo espejo en cuanto que no
constituye sólo la región cortical en la que se representan los estados
internos del cuerpo, sino que además constituye un centro de integración
visceromotora cuya activación provoca la transformación de los
Los resultados de
Singer et al., muestran que son tales reacciones las que cualifican tanto las
respuestas emotivas de los sujetos examinados como sus percepciones de las
respuestas emotivas ajenas. Esto no significa que sin la ínsula nuestro cerebro
no esté en condiciones de discriminar las emociones ajenas, pero, citando a
William James, estas últimas se verían en dicho caso reducidas a ‘una
percepción solamente cognitiva, pálida, fría, despojada de todo color emotivo’.
Semejante color emotivo depende, en efecto, de la acción de compartir las
respuestas visceromotoras que contribuyen a definir las emociones.
La empatía es la
capacidad de sentir la misma emoción de dolor y estremecimiento desde la misma
perspectiva de la persona sufriente. Ahora bien, para experimentar la empatía
no basta compartir la perspectiva del otro, es decir, ser capaz de ponerse en
su imaginación ante el hecho que le afecta, sino que requiere preocupación
cierta ante su propio dolor. Los psicópatas son capaces de imaginarse lo que la
otra persona piensa y siente ante la situación, pero en ellos ésta es un arma
de manipulación: si es capaz de anticipar lo que imaginará y sentirá el otro,
el psicópata podrá generar una trama más perfecta para la manipulación y
explotación de la víctima. La empatía exige una comunidad de sentimientos: el
sujeto que muestra empatía es capaz de sentir que tiene delante a un ser humano
que está sintiendo cosas, y él es capaz de sentir esas mismas cosas. Pues bien,
la empatía es el inhibidor más potente que se conoce contra la violencia y la
crueldad. De esta forma, las neuronas espejo podrían estar en la base de la
empatía y presentar algún tipo de alteración en los psicópatas.
inputs sensoriales en
viscerales. De manera coherente con este planteamiento podrían interpretarse
los resultados de un artículo publicado recientemente en el que se ha
encontrado que el polimorfismo del gen CREB1 se relaciona con alteraciones de
la activación de la región izquierda de la ínsula ante la exposición de
expresiones faciales de ira.
CONCLUSIONES
En esta revisión se
han presentado estudios que muestran la posible existencia de una alteración
estructural y funcional relacionada con la psicopatía. Los trabajos con
técnicas de neuroimagen han obtenido resultados compatibles en cuanto a la
posible disfunción cerebral en los psicópatas. Los datos apuntan a la
afectación del lóbulo frontal y de la amígdala, y se observa una reducción del
volumen de la corteza prefrontal y cambios en componentes del sistema límbico
involucrados en el procesamiento emocional.
Las funciones
ejecutivas integran procesos cognitivos y emocionales, y correlacionan las
lesiones prefrontales con alteraciones en la toma de decisiones y la expresión
emocional. Recientemente se ha comprobado mediante metaanálisis la relación
entre el comportamiento antisocial y problemas en tareas que requieren la
participación de las funciones ejecutivas. De esta manera, los psicópatas son
un claro ejemplo de la relación entre cognición y emoción. Su peculiar
procesamiento emocional se acompaña de manifestaciones disjecutivas.
La conexión entre
disfunción del lóbulo frontal y comportamiento antisocial plantea una
importante cuestión forense. En un sentido legal, un paciente ‘frontal’ puede
estar capacitado para someterse a juicio, puesto que puede entender los
procesos judiciales. De forma retórica también puede distinguir lo correcto de
lo erróneo, y respondería correctamente a las preguntas sobre qué acciones son
aceptables y cuáles no lo son. Con toda probabilidad, el paciente habría
dispuesto de este conocimiento en una forma simbólica incluso en el momento del
crimen.
Por consiguiente, una
defensa que alegara enajenación mental no sería aplicable desde un punto de
vista convencional. Sin embargo, el daño frontal habría interferido en su
capacidad de traducir ese conocimiento en una acción socialmente aceptable.
Aunque se conozca la
diferencia entre lo correcto y lo erróneo, este conocimiento no puede
traducirse en inhibiciones efectivas. En consecuencia, Goldberg plantea un
nuevo constructo legal de ‘incapacidad de guiar el comportamiento propio pese a
la disponibilidad del conocimiento requerido’ para recoger la relación peculiar
entre la disfunción del lóbulo frontal y la potencialidad para el
comportamiento criminal. Los estudios de trastornos del lóbulo frontal reúnen
bajo el mismo foco la neuropsicología, la ética y la ley. A medida que la
profesión legal se ilustre más sobre el funcionamiento del cerebro, la defensa
basada en el lóbulo frontal puede surgir como una estrategia legal junto a la
defensa por enajenación mental. Esta propuesta es congruente con los
planteamientos de Raine y Sanmartín: la conducta criminal debe tratarse como
una enfermedad clínica.
Sin embargo, junto con
diversos autores consideramos que el psicópata es plenamente responsable ante
la justicia porque aunque presentara disfunciones en su sistema nervioso, no lo
obligarían a ser violento ni criminal. Solamente facilitarían la conformación
de patrones de personalidad psicopáticos a lo largo del desarrollo del sujeto a
través de su historia de aprendizaje. En consecuencia, reconocemos el reto de
la investigación en psicopatología y neuropsicología forense para seguir
estudiando la relación entre cognición y emoción en la personalidad psicopática
y acumulando evidencias que especifiquen los supuestos concretos en que estos
sujetos puedan considerarse con menor culpabilidad legal.
Iowa Gambling Task.
Los autores concluyeron que era el nivel de ansiedad, y no la puntuación en
psicopatía, la que predecía la elección de respuesta.
Raine et al., llevaron
a cabo un estudio en el que dividieron a un grupo de asesinos en dos:
depredadores y afectivos.
Los primeros son
asesinos controlados que tienden a planificar su crimen, que carecen de afecto
y que lo más probable es que ataquen a un extraño. Por el contrario, los
asesinos afectivos actúan de forma mucho menos planificada y bajo una emoción
muy intensa, y lo hacen principalmente en el hogar. Los autores encontraron que
la corteza prefrontal de los asesinos afectivos presentaba tasas de actividad
bajas. Por otra parte, los asesinos depredadores tenían un funcionamiento
prefrontal relativamente bueno, lo que corrobora la hipótesis de que una
corteza prefrontal intacta les permite mantener bajo control su comportamiento,
adecuándolo a sus fines criminales. Ambos grupos se caracterizan porque
presentan mayores tasas de actividad en la subcorteza derecha (definida como el
cerebro medio, la amígdala, el hipocampo y el tálamo) que los del grupo
control. Por esta mayor actividad subcortical, los asesinos de uno y otro grupo
pueden ser más proclives a comportarse agresivamente, pero los depredadores
tienen un funcionamiento prefrontal lo bastante bueno como para regular sus
impulsos agresivos, manipulando a otros para alcanzar sus propias metas.
arousal, pobre
condicionamiento al miedo, falta de conciencia y los problemas de autocontrol
que caracterizan a la conducta antisocial y psicopática. La causa de esta
reducción es incierta, aunque los autores sostienen que esta reducción es, al
menos en parte, congénita, antes que deberse a factores ambientales como abuso o
malos tratos de los padres.
La investigación revela que la psicopatía se compone
de dos tipos de constelaciones de rasgos. La primera incluye el área emocional
o interpersonal y la segunda remite a un estilo de vida antisocial. Hare ha
construido un instrumento para la detección de los psicópatas, la
Otros autores coinciden con esta opinión y consideran
que el delincuente psicópata es un tipo especial, cualitativamente diferente de
los otros delincuentes.
Patrick, haciendo una revisión sobre los estudios de
la psicopatía y la emoción, señala que los individuos que presentan las
características fundamentales del factor ‘desapego emocional’ de la psicopatía
tienen un umbral más alto para la reacción defensiva. Lykken propuso que el
déficit fundamental de los psicópatas ‘primarios’ (verdaderos) reside en el
escaso miedo que sienten. No todas las personas son igual de miedosas.
Esto se debe, por un
lado, a que el sistema defensivo se opone al de aproximación y, por otro, al
valor adaptativo que tiene una debilitación del sistema de evitación en
determinadas circunstancias. Así, cuando los recursos son escasos, se podría
considerar a los psicópatas como individuos depredadores que están
especialmente adaptados para sobrevivir en lugares donde los recursos son
escasos y la tendencia a la aproximación debe prevalecer a menos que el peligro
sea inminente. De esta manera, los principales inhibidores de la violencia y la
conducta antisocial (empatía, vínculos emocionales, miedo al castigo,
sentimientos de culpa, etc.) son inexistentes o muy deficientes en los
psicópatas. Este hecho podría explicar por qué los psicópatas representan sólo
un 1% del total de la población, mientras que entre la población reclusa esta
tasa se eleva al 25%.

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